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El 5 de noviembre se celebra la carrera más famosa del mundo, el Maratón de Nueva York. Es la prueba en la que todo maratoniano quiere participar al menos una vez en la vida, y si viajas con Sportravel corres el riesgo de quedarte enganchado a ella para siempre. Porque con Sportravel, además de disfrutar con el dorsal garantizado de un maratón espectacular con la mayor animación que puedas imaginar, viajarás rodeado de un equipo humano maravilloso, preocupado por tu bienestar y tus necesidades permanentemente.
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►►► Infórmate también en sportravel@mpib.es o llamando al teléfono 910 05 40 48.
Sportravel ha previsto el viaje con vuelos directos desde Madrid y Barcelona y alojamiento en dos fantásticos hoteles, ubicados muy cerca de Central Park: el Hilton 4* (a 900 metros) y el Paramount 3* (a 900 metros del parque). Aunque hay opciones que pueden ajustarte a la carta, inicialmente la oferta es para cinco o seis noches. Tendrás incluidos los traslados aeropuerto-hotel-aeropuerto, el que te llevará a la feria del maratón y también, este para acompañantes, el que les lleva al punto de animación de la carrera. Si te apuntas recibirás de regalo la chaqueta New Balance oficial del maratón (hasta fin de existencias) y disfrutarás de muchas más cosas: rodaje en Central Park y briefing previo al maratón, invitación a la fiesta post maratón, seguro de viaje y cancelación con gastos médicos ilimitados, fotos del viaje, etc. Por supuesto hay una serie de servicios opcionales, como ir a un partido de la NBA, asistir a una misa de góspel, visitar el Empire State Building, dar un paseo en helicóptero, etc.
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Que sí, que hay muchos maratones en el mundo. Que para correr 42 kilómetros y 195 metros no hace falta cruzar el Atlántico y aterrizar en la ciudad que nunca duerme, pero es que cuando lo vives en primera persona el Maratón de Nueva York se convierte en una de esas experiencias vitales que jamás olvidarás. Desde el día que recoges el dorsal hasta el momento en que cruzas la línea de meta en el corazón de Central Park. Nueva York es un carrusel de emociones, 42 kilómetros y 195 metros con la piel de gallina y los oídos retumbando por el ánimo de un público que se dispersa a lo largo y ancho de los cinco distritos de la ciudad, los mismos que atraviesa el maratón más famoso del mundo.
La primera vez que se disputó esta prueba fue en 1970, alrededor de Central Park, pero la esencia del Maratón de Nueva York se alcanzó en 1976 cuando por primera vez el recorrido atravesó los cinco distritos de la ciudad: Staten Island, Brooklyn, Queens, Bronx y Manhattan. Fueron 1.549 los corredores que cruzaron la línea de meta y en aquel momento se estableció uno de los mayores iconos del deporte popular a nivel mundial.
Pero dejémonos de historias pasadas. A día de hoy, el Maratón de Nueva York es el más multitudinario del mundo (en 2019, previo a la pandemia de la COVID-19, 53.627 corredores cruzaron su línea de meta), pero no por ello es un evento que resulte agobiante ni masificado. Una organización perfectamente cuidada y estudiada permite que ese volumen de participantes obtenga una experiencia inolvidable en cada instante del Maratón de Nueva York. Desde la recogida del dorsal, con una feria del corredor a la altura del evento, hasta la organización de la salida en el lado oeste del puente de Verrazzano-Narrows, sobre el suelo de Staten Island.
Allí comienza, tras un cañonazo, el himno de Estados Unidos y el New York, New York de Frank Sinatra, la aventura del Maratón de Nueva York, uno de los más duros del mundo (que no se te olvide). Te acuerdas de todo lo que has entrenado, de las renuncias a las que voluntariamente te has sometido… Y corres el riesgo de acelerarte demasiado en un primer kilómetro y medio durísimo que, con el corazón en la garganta, se nos antoja cuesta abajo. Y no. Desde que salimos de Staten Island y nos disponemos a cruzar el puente más famoso de la historia del deporte estamos ante una pendiente muy pronunciada de subida y bajada que te conducirá al segundo barrio de la carrera: Brooklyn.
Allí alucinarás con el griterío de la gente, con sus pancartas y con su espontaneidad… hasta que llegues al barrio judío de Williamsburg. A la mayor parte de los que participan por primera vez en Nueva York es la zona que más les impresiona, pues supone retrotraerse un siglo en el tiempo (quizás nos quedemos cortos). Ropas oscuras, kipás (el gorro ritual en forma de cúpula), actitudes retraídas, barbas pobladas, mujeres que arrastran carritos de bebé que parecen sacados de una casa de muñecas antigua, vestimentas que dejan poco espacio a la creatividad… Te vas a pasar un par de kilómetros (entre el 15 y el 17, más o menos) sin escuchar ni un solo grito de ánimo.
Pasas el medio maratón pero en Nueva York el ecuador de la carrera no está en los 21 kilómetros y 97 metros, sino en Quensboro. Se trata del puente que nos conduce desde Queens a Manhattan, casi dos mil metros de longitud con una primera parte de desnivel claramente positivo en la que debemos olvidarnos que estamos en el kilómetro 25 (hito marcado justo al final de la subida). En esos dos kilómetros el público no está presente por lo que conviene aprovechar la ‘soledad’, la única música del repicar de pasos contra el asfalto, y chequear nuestro organismo para evaluar nuestras capacidades con respecto a lo que está por venir: la infinita Primera Avenida.
Es un punto en el que la comunión con el público es brutal. Los neoyorkinos (y los miles de personas llegados de fuera) tienen la garganta caliente y se empeñan en desgarrarla animando a los participantes como si todos fuesen el ídolo de su infancia. Pasado los momentos de mayor éxtasis te percatas de un pequeño detalle: la calle es larguísima. Así que paciencia, que hasta cruzar Harlem y llegar al Bronx te queda lo que no está escrito (empieza en el kilómetro 25.5 y acaba en el 32, para que te hagas una idea).
Ya llega el final. Después de una pequeña incursión en el Bronx, llega la Quinta Avenida y Central Park. La primera no la vas a surcar por su vertiente más glamurosa (las tiendas caras están bastante más abajo), pero a cambio conocerás su pronunciado desnivel (desfavorable a tus intereses) una vez llegues a la esquina norte de Central Park.
Desde ese punto (casi últimas tres millas) a la entrada del parque tienes dos kilómetros de poco respiro. Aguanta el tipo porque cuando gires a la derecha y accedas a Central Park (a la altura del famoso lago, que no verás porque está un poco elevado respecto a tu posición) te quedarán 3,2 km para llegar a meta. Si los días previos, paseando por allí, no te diste cuenta, lo harás ahora: hay unas cuestas muy serias (y más teniendo en cuenta como llega el organismo a esas latitudes).
La ondulación será la tónica hasta que salgas de lo verde, gires en la calle 59, alcances Columbus Circle y vuelvas a girar a derechas para regresar a Central Park; te separan 800 metros de tu destino. ¿La meta? Pues en subida (¿qué esperabas?), pero a estas alturas: ¿A quién demonios le importa?
Medalla al cuello y poncho sobre los hombros, solo queda disfrutar de lo que las piernas permitan en una ciudad que tiene algunos de los mejores lugares del mundo para celebrar la conquista del maratón. El atardecer desde el Top of the Rock, un bocadillo de pastrami en Kat’z Delicatessen y una tarrina de banana pudding en Magnolia Bakery. Ese, quizá, sería nuestro plan estrella, pero la ciudad permite imaginar cualquier celebración posible. ¿De verdad no quieres comprobarlo?